viernes, 23 de febrero de 2018

GUAYACÁN AMARILLO

A lo lejos se siente un tren. Es el tren de las cuatro. El tren en el cual viaja el poeta. 

El poeta entra a la casa con su maleta en una mano y una caja de regalo en la otra. Apoya todo en el piso y me mira con desconsuelo preguntándose por qué estoy así.

Mi suelo parece un desierto. Mis ramas se han despojado de su belleza. Mis raíces tienen sed. Hace tres meses no llueve. 

El poeta hurga entre sus cosas, seguro de encontrar en su maleta algún ungüento mágico para remediar mi mal. Tira afuera una aspirina, dos preservativos, cuatro mentas, una taza de café aún humeante, tres cigarrillos, un encendedor, una libreta de apuntes, un bolígrafo de tinta negra y uno de tinta azul, un diccionario de viaje, dos libros de bolsillo, cuatro monedas de cien y una de doscientos, la fotografía de una fulana, un papelito con un numero de teléfono escrito en rojo y, en fin, el billete del tren.

Desesperado se pone las manos en la cabeza como buscando entre sus cabellos cualquier idea. Toma un sorbo de café, enciende un cigarrillo y se recuesta en el marco de la puerta para pensar. Y entonces llega la gran idea.

Titubeando abre la caja de regalo que le había comprado a su amigo el pintor. Bueno, solo al inicio, porque luego le coge gusto y la abre como si fuera un acto liberador. 

En la paleta pone varios tonos de azul y de verde y dibuja a mis espaldas una cascada que desemboca en una piscina natural. Al rededor dibuja algo de vegetación. Poco a poco mis raíces sienten el fresco sabor del agua. 

Apenas alivio mi sed, el poeta retoca mis ramas con el marrón y en algunas de ellas, con el pincel mas delgado escribe en color plateado estas palabras: amor, armonía, amistad, belleza, creatividad, conocimiento.

Toma otro poco de café, enciende otro cigarrillo. Se aleja para verme en perspectiva…sonríe.

Cambia de nuevo pincel para dibujar una a una todas mis flores, hasta crear una hermosa cabellera amarilla. Este ejercicio le toma mucho tiempo, pues se dedica a los más mínimos detalles. 

Le viene hambre. Dibuja un sandwich y se lo come. Toma agua de la cascada, es fresca y limpia. Termina la taza de café. Camina a mi alrededor escrutando todo mi ser. El poeta piensa que aún le falta una palabra a su obra.    

Entonces comienza a posar sus pájaros azules sobre mis ramas.  Algunos se esconden entre mis flores. Otros parados al borde de una rama prefieren cantar. El poeta encantado por la música cierra los ojos y se relaja. Uno de los pájaros azules se para en su hombro y le susurra al oído: “la palabra que te hace falta es la palabra LIBERTAD”.


Entonces el poeta abre los ojos y se echa a volar. 


Hannalucida
Febrero 23 de 2018

jueves, 22 de febrero de 2018

CALDO DE PESCADO


Mientras cocino un caldo de pescado en leche de coco, el pescado me sugiere que a aquel hombre tal vez no le gusto tanto como dice.

-En la primera cita ya se ha dado por vencido- dice el pescado y sugiriendo de agregar un poco de picante al caldo, continua- no te ha besado, no te propone tener algo. Se ha despedido diciendo, verdad que no va ha pasar nada?

Y yo pendeja, fiel a mis principios y medio tartamuda le respondí esa noche al hombre- no eres tu…soy yo…es que…ya sabes…

El pescado interrumpe mi sentido de culpa- si le interesabas realmente, te tenia que proponer echar al otro para quedarte con él.  

Los camarones me recuerdan que ya ha pasado una década de aquel encuentro. Los plátanos subrayan que en estos años he tenido un sin número de novios, pero ninguna historia importante. El pescado recalca el hecho de que aquel hombre ha continuado a viajar por el mundo entero vendiendo sus mangos, mientras yo…

Yo sigo aquí cocinando caldo de pescado para los enamorados. porque este no es un caldo cualquiera. Este caldo ayuda a calentar los corazones que con la rutina se han enfriado. Este caldo ayuda a fecundar hasta el vientre mas estéril. Este caldo pone a la gente bonita, de buen humor y la hace sentir deseable.

En estos diez años nos hemos vuelto a ver pocas veces. Un día por ejemplo apareció al improviso con su guitarra, se sentó en el tronco que uso como butaca y comenzó a cantar Me voy para Mayari y luego otras canciones de las de Bella Vista. Yo estaba llena de clientes a esa hora y de trabajo, pero dentro de mi sentía que estábamos solos, plácidamente solos. 

En otra ocasión, me fui para  Santa Cruz, un pueblo a unas dos horas de aquí. Como está mas cerca de la montaña que del mar, encuentro mejores hortalizas. Esa mañana me puse un vestido corto y vaporoso de flores, por que me levanté con su recuerdo y el recuerdo que tengo de él perfuma de flores silvestres. 

En el mercado de las hortalizas no cabe un alma, parece como si la humanidad entera se hubiera volcado allí para saciar el hambre. Y en medio a este hervidero humano, siento unas manos que me halan por la cintura. Me giro. Es él. Nos perdemos en la mirada del otro y lentamente nos abrazamos en silencio. 

Mientras le agrego el limón al caldo, el pescado continua metiendo cizaña y yo me le como el cuento y me enojo. El arroz con chipi chipi canta “el cariño que te tengo no te lo puedo negar, se me sale la babita no lo puedo evitar”, y luego se ríe de mi. Entonces lloro.


Me siento llamar de la mesa numero 4. Me lavo las manos, me seco los ojos y me dirijo hacia ella, pero la pareja que allí almorzaba ya no está. Sin embargo sobre la mesa encuentro una canasta llena de mangos y un pedazo de papel que dice “Los pescados son malos consejeros y el ego también. Quizás te amo tanto que no quiero ser otro ex. Quiero ser siempre tu alma gemela, aunque no pueda tener acceso a tu piel”.

Hannalucida
febrero 22 de 2018